"El mar helado en nosotros"

Texte d'une intervention lors de la première Foire du Livre de Santiago de Cuba, mars 2002.


Texto de la ponencia en la 1a Feria del Libro en Santiago de Cuba, marzo del 2002.

 

 

 

Voy a empezar con dos citaciones, una de un escritor francés, con fecha de 1997, otra del sicoanalista Jacques Lacan, fechada en 1973. Le primera dice así: “La gran utopía del Diario personal es acabar con el sujeto, torcerle el cuello a la neurosis, acumulando palabras, conseguir salirse con la suya”. También pregunta “¿Cómo es posible hacer obra con su vida, suprimiendo la diferencia entre escribir y vivir?”.

         La segunda, de Lacan, reza: “Siempre digo la verdad: no toda, porque decirla toda uno no puede conseguirlo. Decirla toda es materialmente imposible. Entonces no aciertan las palabras. Incluso es por esta imposibilidad por la que la verdad cuelga de la realidad”. Si cotejamos ambas citaciones, parece que literatura y sicoanálisis no se pueden conciliar, porque el siconanálisis se burla del presumir de decir toda la verdad, de salirse con la suya, de acabar con la neurosis y de colmar la distancia entre las palabras y las cosas.

Pues las cosas no son tan claras ni tan contundentes. En un texto famoso, Tótem y Tabú, Sigmund Freud sostiene que las neurosis tienen llamativas y hondas analogías con las grandes producciones sociales del arte, de la religión y de la filosofía. Dice: “… la histeria es una obra de arte trastornada, la neurosis obsesional es una religión trastornada, la paranoia es un sistema filosófico trastornado”. Comentando estas palabras de Freud, Lacan indica que cualquier arte se caracteriza por cierto modo de organización alrededor de un vacío. Lo afirma de manera tan rotunda que hace de ello una casi definición del inconsciente. Dice: “El inconsciente es la realidad considerada como algo que se organiza en torno a un hueco fundamental”. Añade: “El significante, de por sí, crea este hueco”.

Pero, este vacío, ¿de qué está vacío?  Pues está vacío de la Cosa, das Ding en alemán. Esta cosa es diferente para cada ser humano, pero tiene en común el volver a los primeros tiempos de la vida, al momento de las primeras relaciones con la madre, a la época en que ésta, en el mismo tiempo que el amor y el lenguaje del amor, le trajo al niño los elementos perturbadores y enigmáticos de su propia neurosis, sus angustias, las esperanzas y las desilusiones de su deseo de niño del cual cada uno de nosotros proviene. Somos el producto de esta Cosa que es el desconocimiento del deseo de la madre del cual venimos – puedo decirlo así aproximadamente.

De tal forma que lo que organiza la totalidad de nuestras representaciones, lo que pone en movimiento nuestra búsqueda de comprensión, lo que lanza y vuelve a lanzar sin cesar la máquina de las palabras para dar testimonio de sus emociones, es un desconocimiento, es un desconocer, ésta es la experiencia sicoanalítica.

Esta constatación sería desesperante (“nada podemos conocer de lo que nos constituye”) si no viniese acompañada por un segundo descubrimiento, que es únicamente el de Lacan, es decir que las palabras si no son por lo menos nuestras amigas, sí que son nuestras aliadas, con tal que sepamos entenderlas, es decir con tal que hagamos prevalecer en ellas el significante sobre el significado.

Dar la preeminencia al significante, es lo que hace el siconalista al privilegiar en el discurso del paciente los lapsus, los silencios, las vacilaciones, los juegos de palabras, los relatos de los sueños, los neologismos, etc., es decir todo lo que gira en torno de un sentimiento que, fundamentalmente, se le escapa al sujeto.

En definitiva, las palabras son nuestros aliados con tal que de que nos acostumbremos a escucharlas y entenderlas de otra manera, de que nos acostumbremos a dejar que nos hablen en lugar de acometernos acto seguido en el sentido, de que nos acostumbremos a dejarlas que nos sorpendan, que nos despierten, que nos sacudan, que nos den “un puñetazo en la cabeza” (como lo dice Kafka a propósito de los buenos libros), por consiguiente que nos acostumbremos a entregar también la carencia de sentido de la Cosa.

Volvamos a la escritura. Propondré lo siguiente: el escritor, porque tiene un inconsciente, porque hoy día ya no puede ignorarlo, porque la distancia entre la palabra y la cosa siempre permanecerá, porque no puede acabar de una vez con la neurosis escribiendo, y porque no puede salirse con la suya, pues el escritor puede ganar algo al acercarse al significante, al “ser engañado por el inconsciente”, como lo dice Lacan.

No creo arriesgarme mucho al prever la aparición de una nueva generación de escritores que se acercarán más que sus antecesores a la realidad “ahuecada” que es la única realidad con la cual tenemos relaciones. Los demás seguirán contándose historias: existe un público para eso, con el cual intentarán compartir una realidad no ahueaca, una realidad llena, de la cual creerán ser todavía los dioses por algún tiempo. ¿Cuánto tiempo?

El tiempo necesario para que, habiéndose acercado a su propio incosnciente, el lector se vuelva más exigente con sus lecturas y que se cansen de este universo porque le falta el objeto real de la búsqueda, porque es extraño a la verdadera naturaleza del amor, entonces este universo le parecerá tal como es : desencantado e infantil.

Me gustaría acabar diciendo que esta nueva generación de escritores ya ha empezado a existir desde principios del siglo XX e incluso desde finales del siglo XIX. He escogido esta frase en Kafka; viene sacada de  su correspondencia, fue escrita el 27 de enero de 1904. Para mí se adelanta de manera extraordinaria a su época: “Me parece que sólo tendríamos que leer los libros que nos muerden y nos pican. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la cabeza ¿para qué leerlo? … Necesitamos libros que actuén en nosotros como una desgracia, que nos hagan padecer mucho como la muerte de alguien a quien amaríamos más que a nosostros mismos, como si fuésemos desterrados, condenados a vivir en selvas alejadas de todos los hombres, como un suicidio, - un libro tiene que ser el hacha que rompe el mar helado en nosotros”. Esto es lo que creo.

 

 

 

Traducido por Jean-Marc Buigues

 

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